Día 7: Ciudad del Cabo. Table Mountain, Camps Bay y atardecer en Signal Hill.
Visitando Table Mountain, una de las 7 maravillas del mundo:
Para evitar colas subimos bastante temprano, y tuvimos mucha suerte porque encontramos aparcamiento muy cerca del teleférico. Ya desde allí las vistas de la ciudad con las primeras horas de luz es impresionante.
Dimos un largo paseo rodeando toda la “mesa”, tratando de identificar cada uno de los puntos turísticos de la ciudad que habíamos visitado días antes. Por el camino, pasamos junto a la salida del sendero de Platteklin Gorge, por el que se puede bajar de nuevo a la base del teleférico en un bonito paseo de unas dos horas. Nosotros en un primer momento teníamos intención de hacer ese trekking, pero el cansancio acumulado de los días atrás, nos hizo replantearnos la idea, y al final subimos y bajamos de la montaña en teleférico.
Comida en Camps Bay Beach
Tras la visita a la montaña bajamos en coche hasta la famosa Camps Bay Beach, que inmortalizamos bajos sus doce apóstoles en el mirador de Maiden´s Cove. Para entonces era ya hora de comer, así que aparcamos en Camps Bay, junto a los lujosos Chalets de expatriados y ricos sudafricanos que allí se concentran, y nos dispusimos a buscar algún restaurante donde comer. Terminamos comiendo razonablemente bien en la terraza del Tiger´s Milk con unas fantásticas vistas de la playa. Martina, después de haberse quedado con mucha hambre en cena de la noche anterior, se desquitó dando cuenta ella sola de la hamburguesa más grande que tenían en la carta.
Viendo atardecer sobre Ciudad del Cabo desde las colinas de Signal Hill:
Con la panza llena, decidimos regresamos al hotel para descansar un poco antes de volver sobre nuestros propios pasos a contemplar el atardecer sobre las colinas de Signal Hill, en lo que es, una de las distracciones más comunes entre los jóvenes sudafricanos, que allí se reúnen para saborear unas cuantas copas de vino sudafricano mientras el cae el sol. La verdad es que resulta un fantástico plan. Aquella tarde la neblina ocultaba el mar regalándonos una estampa de lo más onírica y sugerente.
Caída la noche, volvimos al hotel y salimos a dar un paseo por el Waterfront para despedirnos de la ciudad. Como no encontramos nada sugerente para cenar por allí, acabamos volviendo a cenar al restaurante del hotel, Restaurante Vivaldi se llama, que resultó ser todo un acierto.