Día 3.- Tokio: Barrios de Asakusa (templo Sensoji) y Shibuya
Madrugamos mucho este día, sobre todo por el efecto del Jet lag, que en comparación con otras ocasiones se nos está haciendo más patente.
Conociendo en Barrio de Asakusa y el Templo Sensoji
Después de desayunar en el hotel, nos dirigimos al Barrio de Asakusa para visitar el famoso templo budista Sensoji.
Construido en el siglo VII, es también conocido como Asakusa Kannon Temple, pues esta erigido en honor a la diosa Kannon (diosa de la misericordia representada con 11 cabezas y mil brazos). La leyenda dice que en el año 628, dos hermanos pescaron una estatua de Kannon, y aunque volvieron a ponerla en el rio siempre volvía a ellos. Por eso se construyó Sensoji allí en honor la diosa Kannon.
Para ir al templo Sensoji el visitante debe entrar primero a través del Kaminarimon (La puerta del Trueno), la puerta exterior de Sensoji de 11,7 metros.
En la Kaminarimon hay cuatro estatuas de dioses de la mitología budista: en la parte frontal tenemos a Fūjin (風神) en el lado derecho o este, que es el dios del viento, y Raijin (雷神), el dios del rayo, del trueno y de las tormentas, situado a la izquierda, en el lado oeste.
En la parte posterior de la puerta están las otras dos estatuas, la del dios Tenryū a la derecha, en el lado este, y la diosa Kinryū a la izquierda, en el lado oeste. Pero sin duda, la gran atracción de la puerta es la lámpara gigante de papel con estructura de bambú (chōchin en japonés), que tiene 4 metros de alto y 3,4 metros de circunferencia y 670 kilos.
Debajo de la lámpara podemos ver un dragón tallado en madera.
Desde la puerta al templo hay una distancia aproximada de 200 metros comunicados por la calle Nakamise llena de comercios de dulces típicos y suvenirs. Junto al templo hay una impresionante pagoda de cinco plantas, y frente al mismo se encuentra el quemador de incienso.
Se supone que el humo que suelta tiene propiedades curativas, razón por la que la gente se lleva el humo al lugar del cuerpo que padece alguna dolencia. Al lado está la fuente de agua para las abluciones de manos y boca antes de entrar al templo para rezar.
Dentro del templo Sensoji, veremos el altar dorado central y unas preciosas pinturas murales que decoran todo el techo.
La verdad es que al contemplar el templo nada hace pensar que estemos ante la construcción religiosa más antigua de Tokio, ni mucho menos del S. VII. Es cierto que se ha reconstruido en múltiples ocasiones debido a guerras e incendios, pero el caso es que todo esta tan impecablemente pintado y cuidado, que más bien parece un decorado de cartón piedra de Hollywood que un verdadero templo , lo que le hace perder encanto y misticismo.
Pronto nos damos cuenta además que los japoneses, si bien son respetuosos y sobre todo supersticiosos, no son realmente muy devotos, teniendo una visión de la religión muy mercantilista. Todo está orientado a la recaudación, hay cepillos de donaciones por todos los lados, se venden amuletos para todo (suerte, fertilidad, amor…), tablillas de deseos, y predicciones adivinatorias. Frente al altar, un cepillo gigante recoge sin cesar las donaciones de todo a quién quiere rezar, pues antes de rezar hay que hacer la donación y dar tres palmadas al aire.
Como no todo va a ser negativo, hay que reconocer que la visión general del Templo Sensoji y su pagoda son visualmente muy bonitos, con sus pilares bermellones, sus grandes farolillos y sus exóticos tejados, todo ello rodeado por bonitos jardines con estanques salpicados de pequeños templos menores.
Uno vuelve con la impresión de que todo en Japón esta pensado para tomar unas cuantas fotos bonitas, es más, a diferencia de lo que suele suceder, creo que los monumentos en Japón quedan mejor en la cámara que en la realidad, lo cual también es de reconocer a los japoneses.
Tan interesante como el templo Sensoji es todo el barrio de que lo rodea, pues para estar dentro de una macro urbe como Tokio se respira tradición y autenticidad, y es un buen lugar para dar un relajado paseo por sus calles semipeatonales.
Está lleno de casas bajas de madera tradicionales, cuya planta baja esta destinada a tiendas o restaurantes. Como aún es temprano, las tiendas tienen echados sus cierres, todos ellos pintados con motivos relacionados con el objeto de la tienda en cuestión.
El barrio de Asakusa debe ser un buen lugar para comer, los restaurantes tienen muy buena pinta. Además de restaurantes, vemos como señoras particulares preparan mesas fuera de sus casas para atender a comensales a los que ofrecen comida casera.
Nos gustó también mucho un pequeño templo, situado a la entrada del jardín ….. que parecía estar dedicado a algún dios de la fertilidad, en su entrada había una pareja rezando frente a una estatua de un Jizo grande a cuyo pies se arrodillan pequeños jizos, todos ellos con sus característicos gorros rojos de lana.
Buscando pañales en el centro comercial Don Quijote de Asakusa
Como seguimos a vuelta con los pañales, preguntamos en un droguería en la que nuevamente tienen de todo menos pañales pequeños, eso si, la tendera sale de la tienda y nos indica donde podemos encontrar pañales, en el centro comercial Don Quijote de Asakusa, curioso nombre para un centro comercial japonés.
Cotilleamos por el centro comercial, que tiene de todo a buenos precios, nos llama la atención el KitKat de te verde, el Haagen Daz de zanahoria, los embutidos japoneses al estilo español, y la zona de menaje donde puedes elegir entre una amplia variedad de modelos de palillos de madera con distintos acabados y decoraciones.
Sin darnos cuenta, junto a la sección de electrodomésticos nos topamos con una zona reservada, separada por una cortinilla, que resulta ser una sección de Sex-shop, repleta de todo tipo de uniformes y complementos para hacer realidad las fantasías sexuales de los japoneses, fetichistas y reprimidos por partes iguales.
El caso es que para nuestra tranquilidad, y la de Martina, conseguimos nuestros pañales de la talla 3, que era lo que habíamos ido a buscar, había para elegir en cuanto a marcas y cantidades.
Paseo por el rio Sumida
Después de un largo paseo dirigimos nuestros pies, y el carrito de nuestra hija, al cercano rio Sumida. De camino nos topamos con algunos rickshaw de tracción humana en busqueda de turistas, a nosotros como nos ven con la niña no nos molestan.
Nuestra primera intención era llegar hasta el embarcadero de Asakusa para coger un bus acuático hasta la isla artificial de Odaiba. Antes de llegar, como a Martina le tocaba biberón, decidimos parar en un parque junto a la orilla del rio, donde mientras Martina comía disfrutamos de las vistas del famoso edificio de la cerveza Kirim. En la azotea de este edificio se adivina una especie de llama de antorcha dorada, que en realidad se supone que es la espuma que se deposita en la parte superior de los vasos de cerveza.
Sea como fuere, el churro dorado consigue su propósito, y es que el edificio es uno de los más vistos y fotografiados de Japón.
A la izquierda del original edificio se encuentra la imponente Sky Tree de Tokio, que con sus 634 metros de altura, ocupa el segundo puesto en el ranking de los edificios más altos del mundo, superado solo por el Burj Khalifa de Dubai, de 829 metros.
Creo que a Martina no le parecieron malas vistas para dar cuenta de su biberón.
Al llegar al embarcadero resultó que nos tocaba esperar algo más de una hora hasta que zarpara el siguiente barco hasta Odaiba, una pena no haber llevado previstos los horarios, con lo que decidimos dejar Odaiba para otro día y volver al hotel para intentar descansar algo y reponernos del Jet Lag.
Conociendo el barrio de Shibuya y su famoso paso de cebra
Ya más descansamos decidimos visitar el barrio de Shibuya y su famoso paso de cebra, con el que te topas de cara según sales del metro.
La verdad es que uno se puede pasar en Shibuya la tarde entera viendo cruzar hordas de gente de lo más variopinta bajo enormes letreros luminosos de publicidad. La contemplación de esa masa humana te hace sentir insignificante, es como si todas los japoneses confluyeran allí alguna vez para luego continuar con su vida por caminos distintos.
Llega un momento que con tanta gente, y tanto cartel publicitario, uno acaba realmente aturdido.
Continuamos nuestro atracón de humanidad y consumismo, visitando el conocido centro comercial de moda femenina Shibuya 109, en el que se pueden ver las últimas tendencias y a las japonesas más guapas de la ciudad, eso sí, con la duda de saber cuánto hay de auténtico y cuánto de impostado en tanta belleza.
Al salir, decidimos acercarnos a ver la zona de los Love Hotels de Shibuya, hoteles que alquilan sus habitaciones por horas (3.000-6.000 JPY) para que las parejas tokiotas puedan dar rienda suelta a su amor. Los hoteles tienen en la puerta expuestas fotografías de las habitaciones, muchas de ellas temáticas, y ofrecen entre otros servicios adicionales bebidas alcohólicas y disfraces para fantasías sexuales en alquiler.
Buscamos sin éxito el Love Hotel que sale en la pelicula Mapa de los Sonidos de Tokio, y por el camino nos cruzamos con alguna que otra pareja que se extraña de vernos por allí tirando de un carrito de bebe.
Cansados de tanto estimulo volvimos al hotel y caímos rendidos.