Nos planteamos nuestro día en Kandy sin grandes pretensiones. Nuestra intención era visitar el Templo del diente de Buda y dedicar el resto del día a pasear tranquilamente por la ciudad para intentar recuperarnos del cansancio que arrastrábamos de los días anteriores.
Con esas premisas, nos tomamos un buen rato para desayunar en el agradable jardín del hotel donde, casualidades de la vida, entablamos conversación con un Español que viajaba sólo, y que resultó ser diplomático y conocer a dos compañeros de carrera que habían estudiado luego con él la oposición. Que pequeño es el mundo.
El caso es que, como muchos otros viajeros con los que compartimos experiencias, nos recomendó con mucho entusiasmo visitar Etiopia. Es un destino que, junto con Perú, tenemos entre nuestros deseos para el futuro.
Visita del Templo del Diente de Buda en Kandy
Tras el agradable desayuno cogimos un tuk tuk que por 200 LKR nos llevó hasta la misma puerta del Templo del Diente de Buda (Sri Dalada Maligawa) (1.000 LKR). Los aledaños de la entrada al templo están repletos de tenderetes que venden las flores y ramos para que los fieles puedan depositarlos a modo de ofrendas en el interior del templo.
La importancia del templo radica en custodiar en su interior una de las reliquias más importantes para el budismo, un diente del mismísimo Buda Gautama. Allí está guardado, en un relicario de oro, frente al que a diario se congregan multitudes de peregrinos para orar y depositar su ofrendas.
Cuenta la leyenda que quien posee el diente de buda está legitimado divinamente para gobernar, lo que a lo largo de la historia ha provocado importantes conflictos bélicos por hacerse con la reliquia.
Al tiempo de ser incinerado (483 a.c.), los discípulos de buda consiguieron salvar de las cenizas el adorado diente, que fue entregado al rey indio Dantapuri. Años más tarde, la princesa india Hemamala consiguió sacar la reliquia del país escondidala en su cabello hasta que llegó a Sri Lanka.
En honor al diente se celebra anualmente, durante el mes de agosto, la famosa fiesta del Esala Perahera, célebre por sus desfiles de Elefantes engalanados, y por la cantidad de peregrinos que llegan a la ciudad. Una pena que nosotros llegáramos días después de terminar, la gente que estuvo nos contó que la curiosa celebración es espectacular.
El templo está realmente formado por varias dependencias religiosas y algunos museos, entre ellos, el Museo del budismo, que no visitamos por pereza a pesar de estar muy recomendado.
Es en la segunda planta del edificio principal donde se custodia el diente de buda. Es fácil de identificar, pues es allí donde mayor concentración de peregrinos se produce, y donde el fervor religioso se hace más apreciable si cabe.
En 1998, durante la guerra civil, el templo fue objeto de un ataque con cambión-bomba reivindicado por los tigres tamiles que causó 200 fallecidos y tuvo gran repercusión internacional. El caso es que a pesar de lo grabe de la explosión el templo apenas sufrió daños, lo que los budistas achacan sin duda al poder del diente de buda, haciendo más grande si cabe la devoción que se tiene por la reliquia sagrada.
Estuvimos un buen rato paseando por el templo empapándonos del sentir religioso hasta que decidimos dar por concluida la visita para pasear por el lago y buscar algún sitio donde comer. Terminamos en el The Empire Café, junto a la entrada principal del templo. Aunque bonito y agradable, la relación calidad precio es escasa.
Paseando por las calles de Kandy
El resto de la tarde, lo dedicamos a pasear por las calles de Kandy, disfrutar de sus edificios coloniales, de sus buenas pastelerías, y de su mercado de especias y ropa frente al Muslim Hotel. Aprovechamos también para comprar té a buen precio en el supermercado para regalar después a la familia.
Para cenar, nos acercamos al Café Aroma, lo que resultó todo un acierto. Fue un día descansado, preludio de una de las jornadas más esperadas del viaje, que nos llevaría desde Kandy a Nuwara Eliya en un memorable trayecto en tren por las tierras altas.
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