Que ver en Fenghuang. El que dicen es el pueblo más bonito de China.

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Día 5: Pekín – Fenghuang.

Vuelo de madrugada desde Peking a Tongren – Fenhuang.

Aquel día no tuvimos más remedio que levantarnos a las 03:00 de la mañana, y es que nuestro vuelo con dirección al aeropuerto de Tongren – Fenghuang 凤凰 tenía prevista su salida a las 06:20 de la madrugada.

Menos mal que las maletas las dejamos preparadas del día anterior y no tardamos mucho en salir del hotel, donde nos esperaba un taxi que nos localizaron desde la recepción. A esas horas intempestivas apenas tardamos 25 minutos en llegar al Aeropuerto. El taxi, incluidos los peajes, fueron 86 ¥.

Una vez en la terminal de vuelos locales, el ambiente no podía ser más desolador, pues todas las puertas de embarque y mostradores de facturación estaban cerrados hasta las 05:00 de la mañana. Íbamos algo intranquilos porque CTRIP no nos había dado billetes electrónicos del vuelo, pero es que para facturar es suficiente con presentar el pasaporte.

El avión de China Southern salió puntual, y tras despegar, los tres caímos dormidos cual angelitos, hasta que a eso de las 09:00, como estaba previsto, llegamos al diminuto aeropuerto de Tongren. 


Nuestro azaroso traslado desde el Aeropuerto hasta la ciudad de Fenrhuang.

Desde el aeropuerto hasta la ciudad de Fenghuang hay todavía un largo camino de más de 40 minutos en coche, con lo que tras recoger las maletas nos dispusimos a buscar un taxi que nos llevara hasta Fenghuang. Los primeros intentos fueron en vano, pues ningún taxista nos quería llevar más allá del centro de Tongren. Cuando ya empezábamos a sopesar la idea de ir en taxi a la estación de autobuses para coger desde allí un bus hasta Fenghuang, se nos acercó una taxista con cara de sabérselas todas que se ofreció a llevarnos.

En un primer momento nos pedía 200 ¥ por el trayecto, pero conseguimos dejarlo en 160 ¥. El acuerdo parecía ventajoso para nosotros hasta que vimos el destartalado Toyota de la buena señora. Aquel automóvil tenía años para alicatar un cuarto de baño, abolladuras por todos los lados, ventanillas que no funcionaban, y un cuadro con más luces rojas encendidas que el skyline de Shanghai. El caso es que era lo que había, o eso, o autobús perdiendo gran parte de la mañana.

Pero la cosa no quedaba ahí, la señora conducía de aquella manera, y a cada curva tenía a bien soltar por la ventanilla un escupitajo de campeonato precedido de  una sonora y desagradable limpieza de garganta. Si ya llevábamos mal cuerpo del madrugón, aquello terminó por revolvernos del todo. Menos mal que a Martina aquello le daba igual, y ya podía caer una bomba que ella seguía durmiendo.

El caso es que los males nunca vienen sólo, y como era de prever, 30 escupitajos después de haber emprendido la marcha, aquel viejo Toyota encendió la única lucecita roja que le faltaba por encender de su cuadro de instrumentos. Esa que cuando se enciende no queda más remedio que bajarse del coche, abrir el capó para dejar que salga el humo y esperar a que quiera aparecer una grúa.

Estábamos tirados en una carretera secundaria con nuestras maletas, Martina dormida, y la compañía de aquella encantadora señora. Menos mal que a la mujer no le faltaban recursos y pronto consiguió parar un flamante 4×4 conducido, esta vez sí, por una encantadora pareja, a la que convenció para llevarnos hasta el hotel, no sin antes pretender cobrarnos, sin existo, los 160 ¥ comprometidos.

Así acabó nuestra segunda, y última, experiencia con las taxistas chinas. Nuestro nuevo vehículo, y sus amables dueños, nos acercaron hasta la misma puerta del hotel donde les pagamos gustosos los 160 ¥ que habíamos pactado con la taxista. Eran las 10:30 horas, así que hicimos el Check in, y descansamos un rato antes de salir a pasear.


Recorriendo Fenghuang. Que ver en el pueblo más bonito de China.

Como no podemos estarnos quietos, y sólo tenemos un día para disfrutar de Fenghuang,  enseguida salimos del hotel en dirección al rio, donde pronto nos percatamos de que si bien estamos en una zona rural, esta población es una de las más turísticas de China.

No en vano, aunque fuera de los itinerarios tradicionales de las agencias de viajes occidentales, Fenghuang (Ciudad del Fenix) es considerado en China como uno de los pueblos más bonitos del país. Y es que pronto nos vemos rodeados de lugareñas que intentan vendernos fruta, paseos en barca, o lo que es más típico aquí, alquilarnos vestidos tradicionales para hacernos fotos junto al rio. Menos mal que a esas horas hace un calor de justicia, y aunque hay turistas chinos, se puede pasear tranquilamente por la ribera sin las aglomeraciones nocturnas. 
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El recorrido no puede ser más bonito, tanto que a ratos uno cree estar metido en el plató de una película China de época. Y es que mires donde mires todo merece una fotografía. El paseo por la ribera discurre entre bonitas casas de madera muy bien restauradas, molinos de agua, y puentes más o menos tradicionales que cruzan de un lugar a otro.
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 Al cabo de un par de horas de paseo empezamos a acusar el cansancio, y a notar el hambre, así que decidimos parar a comer algo en el bonito restaurante que hay sobre el muelle desde el que salen las barcas tradicionales para hacer los paseos por el rio Tuojiang.

Las vistas no pueden ser mejores, y eso se paga. Tras la comida, decidimos volver al hotel para echarnos algo de siesta, antes de continuar conociendo este fotogénico pueblo.

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Al atardecer volvimos al rio con la intención de dejarnos llevar por las calles interiores de la zona antigua, y quizás hacer algún paseo en barca por el rio. Como de costumbre, para merendar paramos a comprar algo de sandía cortada, y no nos resistimos a recompensar a Martina con un rico helado de chocolate que después del madrugón bien se merecía aquel día.

La gente que aquí esta menos acostumbrada que en otros sitios a ver turistas extranjeros y alucina con Martina. La miran, se rien, se sonríen, cuchichean, y algunos incluso nos piden permiso para fotografiarse con ella.  Es una atracción turística más para ellos.

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Después de recorrer las calles interiores y la muralla. A esas horas, la residencia de Shen Congwen está ya cerrada y no podemos visitarla. Pasamos por el muelle, y ya no hay paseos hasta por la noche, así que seguimos caminando disfrutando del atardecer por la zona del Hong Bridge, que aunque mucho más espectacular, nos trae algún recuerdo del que años atrás vimos en Hoi An (Vietnam).
 
Llegamos hasta la pagoda Wanming. Allí nos encontramos con los únicos turistas extranjeros que vimos en Fenghuang, que para colmo eran Gaditanos. Venían muy desilusionados de Guilin y Hong Kong, aunque se lo achacaban también al mal tiempo que habían tenido. 
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Era momento de volver sobre nuestros pasos para intentar encontrar algún sitio donde cenar. A esas horas la afluencia de chinos empezaba ya a ser insoportable, así que de camino al hotel no vimos ningún sitio que tuviera buena pinta para cenar, y sobre todo, espacio para hacerlo relajadamente sentados en una mesa. Recordamos que cerca del hotel habíamos visto un restaurante que nos había dado muy buenas sensaciones, así que allí que fuimos, y la verdad es que cenamos estupendamente. El sitio se llama Fishing King.

Aunque muy cansados ya, no nos resistimos a dar un último paseo por el rio para disfrutar del despliegue luminotécnico con en que esta engalanado el pueblo a esas horas.  Se nota que estamos en el país de los leds.

De camino, agobiados de tanta gente, paramos en una tienda a hacernos unas camisetas de esas en las que eliges el dibujo que te gusta y te lo planchan en la camiseta. Estuvimos un buen rato eligiendo los diseños, a cada cual más friki, asesorados por el simpático dependiente con el que entablamos una larga conversación gracias a los traductores móviles. La verdad es que es un inventazo, sobre todo cuando consigues que funcione el traductor de voz. Como la aplicación de Google no siempre funcionaba, el chico me instaló la que ellos utilizan que funciona mejor: Youdao.
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La afluencia de gente seguía siendo estresante, a lo que se unía a esas horas, el volumen estridente de las discotecas que pinchaban pop chino e internacional tipo años 90, que los Chinos consumían con orgullo como si de algo moderno se tratara. A esas horas aquello parecía más una ciudad costera española cualquiera en pleno mes de agosto, que lo que se suponía es un típico e idílico pueblo de la China rural. Era hora de volver al hotel, y reponer fuerzas para el día siguiente.
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